lunes, 27 de febrero de 2012

El espacio -continuación y fin

Me gustaría que hubiera lugares estables,
inmóviles, intangibles, intocados y casi into-
cables, inmutables, arraigados; lugares
que fueran referencias, puntos de partida, princi-
pios:

Mi país natal, la cuna de mi familia, la casa
donde habría nacido, el árbol que habría visto
crecer (que mi padre habría plantado el día de
mi nacimiento), el desván de mi infancia
lleno de recuerdos intactos...

Tales lugares no existen, y como no existen
el espacio se vuelve pregunta, deja de ser evi-
dentecia, deja de estar incorporado, deja de es-
tar apropiado. El espacio es una duda: conti-
nuamente necesito marcarlo, designarlo; nun-
ca es mío, nunca me es dado, tengo que con-
quistarlo.

Mis espacios son frágiles: el tiempo va a
desgasstarlos, va a destruirlos: nada se parece-
rá ya a lo que era, mis recuerdos me traicion-
narán, el olvido se infiltrará en mi memoria,
miraré algunas fotos amarillentas con los bor-
des rotos sin poder reconocerlas. Ya no estará
el cartel con  letras de porcelana blanca pegadas
en forma de arco circular sobre el espejo del pe-
queño café de la calle Coquillière: "Aquí con-
sultamos el Bottin" y "Bocadillos a todas ho-
ras".

El espacio se deshace como la arena que se
desliza entre los dedos. El tiempo se lo lleva y
sólo me deja unos cuantos pedazos informes:

Escribir: tratar de retener algo meticulosa-
mente, de conseguir que algo sobreviva:
arrancar unas migajas precisas al vacío que se
excava continuamente, dejar en alguna parte
un surco, un rastro, una marca o algunos sig-
nos.


        Georges Perec, Especies de espacios

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