bebimos los flujos de la soledad en cápsulas pequeñas, tan ebrios en suspiros que nuestros pies no nos sostenían, paramos a escribir.
más tarde, en la habitación comprendí cada esquina y sombra, el infinito de una raya horizontal, y nada sobre ella, absolutamente, nada.
la musica salpicando desde mi antebrazo al tacto del acero, la juventud desbordada, la adolescencia presente y las mejillas rojo menguante.
flotando, como ángeles, los rios, montañas, nubes y mares desaparecían en espiral.
disarmonías, nos gustan las disarmonías, pero como todo, no sabemos por qué.
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