se encaminó a escribir,
tomó la pluma y comprendió
que era mejor morir
y poco a poco,
sus brazos se consumieron
y el tórax se replegó
sus hundidos ojos cayeron
y rodaron como dientes de león.
Su pelvis, sus rodillas,
sus frágiles tobillos,
todos se contrajeron al son de suspiros
y ya nada más se oyó
salvo una bala,
abandonar el cañón.
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